Cuando pierda la ilusión, hago el petate y me doy media vuelta», dice, con franqueza en la voz, Fernando Seijo. Él pronuncia estas palabras sentado en su consulta privada, el lugar donde aterrizó hace ya siete años, después de décadas luchando por la sanidad pública. Porque este neurocirujano no es ningún novato: tiene con esta 73 primaveras a sus espaldas llenas de trabajo y, sobre todo, de experiencias, porque, a lo largo de su carrera, ha visto de todo y espera que le quede todavía mucho por ver. «Me fui de la sanidad pública a los 65 porque nos obligan a jubilarnos. Entonces pedí un año de prórroga y me lo concedieron, pero luego pedí otro y lo rechazaron», explica.
Pero Fernando tenía ganas y, sobre todo, fuerzas para seguir ejerciendo su profesión y lo consiguió, cambiando su centro de operaciones. «Como me encontraba bien de cabeza y de pensamiento, quise seguir adelante y empecé en la sanidad privada», cuenta, convencido de que es una equivocación obligar a retirarse a los médicos al cumplir los 65. «Yo creo que es un error garrafal porque mucha gente querría seguir unos años más», argumenta. «Entiendo que haya una edad de jubilación, pero no es lo mismo tener 65 años para un minero que para un médico», continúa reflexionando. «Es una pena que se pierda el conocimiento, que deberíamos aprovechar para trasladárselo a la gente joven, que viene con mucho ímpetu».

Además, él asegura que, «cuando se implantó el sistema de la seguridad social, la gente se jubilaba con 65 y, a los setenta, se morían. Ahora vivimos mucho más». De hecho, la esperanza de vida en nuestra región -según datos de 2021- es de 82,74 años y eso hace que, en España, haya más de 200.000 personas mayores de 65 años trabajando, un 40% más que hace justo una década.
Y en estas está Francisco Javier Belzunce, catedrático de la Universidad de Oviedo, de 69 años. «Estoy físicamente bien y hago un trabajo que me gusta, así que seguiré dos cursos más, hasta que cumpla los setenta», cuenta. Él tiene claro que «la parte de investigación es muy estimulante y el contacto con los alumnos resulta muy agradable, así que estar cinco años más de los previstos me parece estupendo».
De hecho, él no para: «Estos últimos años es cuando más trabajo tengo en la Universidad porque yo estoy en temas de hidrógeno y ahora mismo está muy en boga», señala, teniendo claro que ya tendrá «tiempo para descansar».
Así lo piensa también el escultor Herminio Álvarez. Este artista todos los días se deja caer por su taller de La Caridad y, aunque reconoce que trabaja «menos horas porque el cuerpo no aguanta como antes», todos los días, cuando cierra la puerta, tiene ganas de quedarse creando un rato más. «Tengo 78 años y no quiero oír hablar de jubilación, no puedo vivir sin arte», dice. «Estoy con la misma ilusión que cuando era un niño y soñaba con hacer lo que estoy haciendo ahora».
Él asegura que no es aficionado «a ir al bar, me gusta caminar y hacer esto», así que incluso ahora está ampliando su taller y se siente un afortunado de poder dedicarse a lo que le gusta.
Es lo que tiene dar rienda suelta a la imaginación todos los días. Algo parecido a lo que siente Armando González, al frente de Curtiplás. «Llevo trabajando desde los veintidós y tengo 69, y siempre en las empresas familiares», explica. Él confiesa que quiso seguir «al pie del cañón por motivos personales y profesionales. Mi padre fundó este negocio en 1952 y quiero continuar su labor», comienza explicando. «Además, tengo un buen equipo, que está haciendo las cosas maravillosamente, y tengo salud, porque, sin salud, no podría aspirar a nada», prosigue.

En ese buen estado de forma, Armando no está «todo el tiempo, pero sí todos los días», y parece que no se va a retirar pronto. «Mientras que el buen equipo siga funcionando y se mantenga la salud, aquí estaré», avisa. Aunque, según desvela, no tiene ningún miedo a la jubilación. «Yo dibujé toda mi vida y ahora escribo, voy a publicar el segundo libro pronto. Además, leo, voy a exposiciones y viajo con mi mujer. El tiempo nunca se me echa encima».
Esa suerte suya la comparte Ignacio García-Arango Cienfuegos-Jovellanos, quien, a sus 81, preside el Foro Jovellanos y tiene claro que, «como decía Camarón de la Isla, ya descansaremos cuando estemos muertos».
Con esas, para él resulta estimulante pensar «en cosas nuevas de las que puedes hablar, como el futuro de Asturias, y aportar lo que puedas», indica, convencido de que mirar hacia el mañana de nuestra región es «una actividad casi marginal y filosófica». Él seguirá «leyendo y escribiendo mientras dure», porque, «aunque te jubiles, no te tienes que jubilar como persona. Eso es solo un hecho administrativo que no tiene nada que ver con tu capacidad». Él lo demuestra al frente del Foro Jovellanos. Es de los que no para aunque, sobre el papel, sí esté jubilado.
Lo tiene claro Mayte Álvarez, guisandera de Casa Lula. Ella, desde que se casó con veintidós años, está al pie del cañón y ahora, con 65 ya cumplidos, no quiere tampoco oír hablar de jubilación. «Desde que empecé, aprendí mucho con mi suegra y, durante muchos años, estuve compaginando el trabajo en el restaurante con la crianza de mis hijos», explica. Mantiene abierta su casa de comidas «por mi suegro, que tiene 97 años y que no quiero que vea nunca esta puerta cerrada. Quiero seguir la tradición y, aunque sea de mi marido y yo venga de fuera, intento tirar por ella todo lo que puedo». En los últimos años, lo hace del lado de su hija, su mejor ayudante y quien consigue que Mayte esté «muy a gusto. Aunque me preguntan todos los días que si me jubilo, pero no me apetece nada».
Ese espíritu que comparten los seis cada vez se extiende entre más personas, que quieren seguir trabajando porque se encuentran en plena forma y, sobre todo, porque sienten que su profesión es una manera más de ser felices. Cuando dejen de serlo, se retirarán.
La noticia «La vida laboral no se acaba a los 65» es una información de RSS de noticias de